Opinión

De “El principito” a los prófugos del triple crimen

10/01/2016

De “El principito” a los prófugos del triple crimen

lanatta
Por Eduardo Capdevila (*)
Lo esencial es invisible a los ojos”, reza uno de los axiomas de la novela infantil emblemática “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry; más acá en el tiempo, las escuelas de formación en conducción y liderazgo definen a la gestión como “hacer que las cosas sucedan”. Ambas afirmaciones están unidas por la noción de que el poder es un entramado de lazos que no se ven. Esto puede aplicarse a todo hecho con conexiones políticas en el sentido más profundo de una sociedad. Una elección en la AFA entre un grupo impar de miembros puede terminar empatada; y todas las fuerzas de seguridad e inteligencia de un Estado pueden quedar en ridículo con dos criminales huyendo campo abierto, emulando la primera película de la saga de Rambo.
La fuga el penal de General Alvear y huida de los tres condenados por el triple crimen de la efedrina Martín y Cristian Lanatta y Víctor Schillachi, mostró dos etapas marcadas de lo que es el poder en la Argentina. La primera fue exponencial, explícita y brutal, pero efectiva; la segunda fue más subliminal, inteligente y también eficiente, más allá de que el primero de ellos ya fue capturado tras el vuelco de la camioneta en un camino rural de Cayastá, Santa Fe.
Cuando se fugaron del penal de Alvear, los criminales no fueron a la base del regimiento de Azul a buscar un arsenal de armas, avanzando sobre el poder formal del Estado para prepararse para la batalla. Fueron al Conurbano, a la casa de un empresario amigo que tiene pizzerías. Y de ahí salieron con una camioneta de lujo, dinero a granel, handdis para comunicarse e interceptar la frecuencia policial y armas de grueso de grueso calibre, entre las que se contaban hasta FAL de guerra.
Buscaron oxígeno en un Conurbano en el que la impudicia está a la orden del día, donde personas ignotas y de humilde vivir pasan un día a manejar Volskwagen Thouareg, Mini Cooper y radicarse en barrios cerrados sin explicación racional y menos legal del crecimiento. Un pizzero, “el faraón”, los proveyó de lo necesario para andar por la provincia, protagonizar dos enfrentamientos y escapar a todos los controles. Ese es el poder exponencial, brutal, marginal y temerario que se vio en la primera parte de la huida, en terreno bonaerense.
Pero María Eugenia Vidal no es Heidi ni el ministro de Seguridad Ritondo Pedro el pastor. E intervinieron la cúpula de la Policía para remover a la Departamental de Quilmes, el “lugar en el mundo” de los tres prófugos, con las fundadas sospechas de que cerebros policiales los estaban ayudando. Fue ahí cuando el tridente criminal sintió que en terreno bonaerense les habían hecho jaque mate.
El desembarco de los fugados en Santa Fe fue acompañado de un lastre de poder exponencial, plasmado en un tiroteo con efectivos de seguridad en la ruta para posteriormente huir. Hallaron sus rastros en una tapera abandonada y la Policía parecía tenerlos porque el escape en el campo no es sencillo si el perseguidor tiene helicópteros. Pero fue ahí donde apareció lo esencial, la trama de poder implícito, imperceptible, que se funde en la normalidad.
Todas las fuerzas policiales tenían como base de operaciones la ciudad de Santa Fe. Y de ahí iban y volvían a los campos. Los tres delincuentes no estaban en el campo tras irse de la estancia. Estaban en el corazón de Santa Fe, con un empresario capturado al que le robaron la camioneta, que plotearon con leyendas de Gendarmería en una casa; y hasta iban regularmente al supermercado, pero con la apariencia cambiada, barba candado en algunos casos y otros “tuneos”. Hace recordar a la película “El caso Thomas Crown”, cuando la policía persigue por cámaras de seguridad a un ladrón de cuadros en un museo. Y la información es “tiene puesto un sombrero bombín”. El delincuente entonces hace una jugada magistral; reparte decenas de sombreros de ese tipo a las personas que recorren los pasillos. Y él sale caminando por la puerta principal mientras los buscadores mastican bronca. La distracción e información como clave para volcar los acontecimientos adversos.
Y la parte más palmaria de lo “esencial” fue el desencadenante tras la detención de Martín Lanatta. Se difunde la información de que habían sido “detenidos los tres”. La exultancia se adueñó de los funcionarios nacionales y provinciales; los tuit de salutaciones no cesaban. Pero horas después la policía de Santa Fe salió a aclarar “acá tenemos sólo a Martín Lanatta”. Y en medio del desconcierto y mascullando bronca, los máximos funcionarios nacionales tuvieron que admitir que el hermano del capturado y Schillachi seguían prófugos y que todo había sido una “falsa información”.
Pero la “falsa información” le permitió a los dos fugados ganar terreno en la huida de forma notable; por varias horas se levantaron los controles en los accesos, en las rutas, en los ríos, porque se presumía ya estaban todos capturados.
La capacidad de los prófugos de permear a las fuerzas policiales con operadores propios para lanzar una información falsa, que llega al corazón del poder federal, muestra la dimensión de su accionar. Lograron que la ministra de seguridad Patricia Bullrich, con pasado primogénito en contrainteligencia por su militancia activista en los 70, mordiera el polvo diciendo al país “nos dieron información falsa y nosotros se la pasamos falsa al presidente Mauricio Macri”. No es un logro menor.
Los dos fugados siguen su huida. El sábado mostraron el poder subliminal de la información y la distracción en su máxima expresión. Mostraron la trama de lo invisible que mueve los hilos; aquello que complementa lo exponencial y brutal del Conurbano donde nacieron. “Lo esencial es invisible a los ojos”.
(*) Licenciado en Comunicación Social; profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.
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